Se acabó la espera. Chile es campeona de la Copa América por primera vez en su historia.

Se acabaron también los memes, las maldiciones, las burlas, las cabezas gachas, los tatuajes para recordar fallos; la Roja manda en América y lo consiguió de la forma más épica, temible y cruel para el rival: en tanda de penaltis.

La afición chilena inundó todo el Estadio Nacional con sus banderas, todo era de color rojo. El himno sonó como un rugido, ayer más que nunca. Todos y cada uno de los asistentes al partido trasladaron la fuerza de todo el país a la cancha.  En el Nacional estaba todo Chile. Tenían la palabra “ganar” grabada a fuego en la frente, no podían dejar que pasase otra cosa pero el rival que tenían enfrente era peor que lo que habrían podido imaginar. Una rivalidad salvaje y unas estadísticas desfavorables relacionaban a los locales con Argentina. Y encima estaba él, Leo Messi, el único capaz de hacer temblar a toda una selección llevando a sus espaldas el peso de la suya. Ayer no fue el día de Leo.

En 90 minutos nadie consiguió traspasar la portería rival. La prórroga pasó como un suspiro y a medida que se iba acabando el tiempo los nervios estaban más a flor de piel. Entonces llegó el momento odiado por los que son de corazón débil. Pocos minutos capaces de hacer que el cuerpo se revolucione y ponga todos los sentidos única y exclusivamente en el balón. Pocos minutos capaces de traer una victoria épica o una dolorosísima derrota.

De repente el Nacional se quedó en silencio. Desaparecieron los miles de asistentes, o eso me pareció a mí. Solo estaban el encargado de lanzar el penalti, el balón y el portero. Todo a cámara lenta y en absoluto silencio. El palo de Pinilla, con su consiguiente tatuaje, en la mente de todos. Era ahora o nunca.

Matías Fernández, Arturo Vidal, Charles Aránguiz y Alexis Sánchez. No hizo falta más. Ninguno falló, mientras que Argentina se echaba las manos a la cabeza por la mala suerte. Y de repente volvió el sonido. Jugadores, afición; Chile empezó su fiesta. Una fiesta que no había podido celebrar nunca y por la que llevaba esperando 99 años.

Qué país, qué afición, qué implicación con el fútbol. Su primera Copa América, en su país, ante su gente, en el Nacional y frente a Argentina. No podría haber salido mejor. La historia se lo debía. Ahora Chile ya puede estar en paz.

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