El fútbol es capaz de hacer lo que muchos llevan años intentando. Sin embargo, aunque se pase de una tonalidad a otra con desenfreno y descontrol hay cosas que nunca cambian. De hecho, el apodado deporte rey es el encargado de poner un toque especial entre los colores.

La ansiada semifinal de Champions de anoche, que enfrentaban a FC Barcelona y Bayern de Múnich, cargaba de magia un nuevo momento de la historia del fútbol. Luis Enrique y Pep Guardiola. Pep Guardiola y Luis Enrique. Dos amigos en la vida, dos enemigos sobre el terreno de juego, dirigentes de dos equipos enfrentados pero unidos por el mismo corazón: un corazón futbolero.

Cinco temporadas siendo compañeros, corriendo juntos detrás de un mismo balón, defendiendo a unos valores y a dos colores que lograron tintar su sangre: el azul y el grana. Ilusionados con lo que más apreciaban en este mundo: el fútbol. Valientes por hacer su sueño una realidad pero perseverantes para seguir creciendo. Nunca es suficiente para un corazón futbolero. Tras la preciada juventud llegaba la maduración y un nuevo camino. Entrenaron paralelamente cogidos de la mano, Guardiola en el primer equipo y Luis Enrique en el Barça B. Aprendiendo uno de otro y progresando con firmeza haciendo historia, su historia del fútbol. Hasta hoy, donde su cambio de posición ha dado un nuevo punto de vista a su particular amistad pero manteniendo intacto su corazón futbolero. Empezaban el trepidante encuentro fundidos en un abrazo, un abrazo sincero y significativo. Lo terminaban igual.

Desde el banquillo opuesto pero con una mirada analizadora similar controlaban a sus hombres para que estos siguieran adelante en su particular camino rumbo Berlín. Nerviosismo, ilusión, ganas, oportunidad, exigencia pero ante todo, respeto de corazón futbolero. Noche de Champions. 90 minutos para dar ganador a uno y no ganador a otro, la palabra perdedor no está en su diccionario. Palabra de corazón futbolero, su definición de amistad.

El Bayern empezó generando peligro, tenía posesión pero los culés las oportunidades, aunque sin fortuna. Toparon con el muro Neuer. Intensidad máxima propia de grandes clubes, grandes jugadores pero ante todos grandes técnicos. Al llegar al descanso ambos necesitaban tomar aire y retomar energía para el exigente tramo final. Cuando la igualdad era muy palpable, justo en el momento que se daba por muerto, Messi aparecía para marcar el camino. Un total de tres goles azulgranas que dejaron boquiabiertos a propios y extraños. Tres goles que ablandaban el camino a Berlín.

Alegría para unos, re-lectura del partido para otros. Aunque a veces se gane y otras se pierde, el sin vivir de una final de Champions, el querer detener el tiempo, el latido del corazón a ritmo de balón es la satisfacción indescriptible. El fútbol une lo que no es posible, como el agua y el aceite, como el dulce y el salado, como Pep y Luis Enrique, como Bayern y Barça, no se mezclan pero conviven con respeto y amor por el fútbol. Señoras y señores, lo que hace el fútbol nunca nadie lo había logrado.

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