Una noche de verano es un momento tan bueno como otro para habar de fútbol, y algo tan banal como una canción tarareada por un camarero, puede trasladarnos de repente a un campo de fútbol siendo niños, a un viaje en coche con nuestro padre, a un título celebrado con amigos… Y nos viene de golpe un cúmulo de recuerdos. Recuerdos de fútbol.

La canción en concreto tiene la famosa melodía de una película tan mítica como El puente sobre el río Kwai. ¿Su protagonista? Jimmy Pichichi Hasselbaink. Y el lector, sea colchonero o no, seguro que ya la está tarareando en este preciso instante. -Pero ese… ¿fue pichichi?- pregunta mi amigo –. Sí -contesto mientras suspiro- el año que bajamos a Segunda.

Hasselbaink

El recuerdo tal vez debiera ser doloroso y, sin embargo, es uno de los más bonitos que retengo pues fue el año que mi padre y yo nos fuimos hasta Valencia en coche para ver la final de la Copa del Rey. El bote de Toni y el pícaro gol de Tamudo quedarán en mi memoria, pero no con tanta claridad como el trayecto hasta Mestalla empapándonos entre risas del ambientazo en los aledaños, o la imagen de los jugadores del Espanyol ofreciendo la Copa a los aficionados colchoneros, o el viaje de vuelta en coche y el alto de un guardia civil que nos dejó seguir cuando vio mi cara somnolienta y las rayas rojas y blancas de mi cara medio borradas ya.

Cholo Doblete

 La imagen da un salto cuatro años atrás y me veo también con mi padre, y con mi madre, y con mi hermano… y con 50.000 personas más cantando y llorando en el Calderón tras conseguir el título de Liga. Era el 25 de mayo de 1996 y mi afición, ya asentada, solo podía crecer.

Los recuerdos de fútbol en rojo y blanco son los más numerosos. Una escapada a Liverpool con casi desconocidos que se convertirían en futuros compañeros de viaje, una celebración de cumpleaños en Granada aprovechando una salida del equipo, dos Europa Leagues rodeadas de amigos, un road trip a Mónaco con mi hermano, cuatro horas encerrados en un estadio de Atenas a cuarenta grados viendo pasar lentamente los minutos, un viaje relámpago a Valencia, una barbacoa con piscina improvisada antes de arrebatarle la Liga a Barcelona y Real Madrid… y, sin embargo, es el recuerdo de una derrota el que me hace sentir más orgullosa de la tribu a la que pertenezco, el que afianza los lazos de unión a unos colores. Y es que cualquier atlético que tuviese la suerte de estar el 19 de mayo de 2010 en el Camp Nou sabe de lo que hablo. De cómo más de 45.000 aficionados permanecieron en su asiento hasta una hora después de perder la final dejándose la garganta y el alma animando al equipo que, aunque no se había proclamado campeón, lo parecía.

Tiago Final Copa 2010

Pero los recuerdos tienen muchos colores. Pueden ser blanquiazules, como los que portaba el Depor cuando Djukic falló el penalti emborronando el final de una comunión familiar o el «centenariazo» con que se resarcirían años después.

Centenariazo Depor

Y por supuesto está el rojo de la selección española de fútbol. Brazos entrelazados y mandíbulas apretadas en una plaza de Colón abarrotada mientras se tiraban unos penaltis que hacían historia. Torear a los taxis en Sol tras el gol de Iniesta. Un baño nocturno con banderas españolas en una piscina de Malasia en el último título conseguido…

Eurocopa 2008

Son algunos momentos que vienen a la memoria, pero se entremezclan con muchísimos más. Son emociones. Euforia, felicidad, nervios, llanto. Son personas. Amigos, familia, compañeros de batalla anónimos. Son lugares. Son recuerdos. Es fútbol.

Campeones Liga

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